La temporada de patata andaluza arrancará con algunas semanas de retraso debido a la ola de frío del mes de febrero. Los daños no han sido significativos y, en términos de volumen, no suponen ninguna desestabilización.

No el frío, pero sí la falta de agua, intranquilizan y mucho al sector que, aunque saldrá adelante esta campaña, no lo tiene tan claro, si la sequía persiste en la próxima.

“Vivimos preocupados, y con razón, por dos problemas ajenos a la realidad de nuestro producto. La sequía, que a todas luces ha venido para quedarse y la segunda, la entrada en vigor desde principios de año de la nueva PAC”, explica Javier Boceta, director de Meijer en España.

Hace una década, el sector superó sus propios problemas (sustituir la patata de conservación francesa por la española en los lineales) pero hoy se enfrenta a otros que no puede controlar. “Hemos hecho los deberes: la producción ha ido de la mano de las cadenas de supermercados y el consumidor sabe apreciar el producto español, sin embargo, ahora tenemos incertidumbres que no están relacionadas con lo que es en sí el negocio de la patata”.

Doble incertidumbre

La patata, que nunca ha vivido de la PAC, se encuentra hoy sometida a ella y a sus políticas de limitación de fitosanitarios que hacen inviable combatir algunas plagas. “Los productos que existen ya no están permitidos como sucede con el insecticida que combate el gusano de alambre. Cronológicamente nos han ido vetando diversas sustancias, desde el lindano, forato hasta el metilclorpirifos. La única técnica que nos queda es gastar unos 400 euros en gasoil y voltear la tierra para que las larvas se deshidraten y mueran. Yo mantengo mis dudas sobre si este método es medioambientalmente sostenible y, sobre todo, eficaz,” remarca Boceta.

El directivo tiene muy claro que el tipo de políticas que emanan directamente de Bruselas hacen mucho daño tanto en España, como en Francia u Holanda: “No necesitamos las ayudas de Bruselas. Un cultivo que cuesta unos 12.000 euros por hectárea no necesita una limosna de 300, sino que le permitan ser competitivo. Resulta absurdo prohibir fitosanitarios que se utilizan en el resto del mundo, y después comamos patatas tratadas con ellos; y para más inri, los productores gastemos el triple de dinero en otras técnicas agronómicas y sigamos contaminando con combustibles fósiles como el gasoil.”

Y, continúa, “si los productos que utilizan egipcios o marroquíes fueran tan peligrosos, las cadenas europeas y la autoridad sanitaria no deberían permitir que se vendieran. No creo que se pueda afirmar que una patata marroquí o egipcia sea menos saludable que una española. Con las políticas de Bruselas, lo único evidente es que estamos arruinando la agricultura europea.”

La campaña actual

Como consecuencia de los problemas anteriormente explicados, Andalucía vive una disminución de la superficie de siembra todavía no cuantificada, pero que podría rondar un 6% respecto a la campaña anterior. Las primeras señales indican que la temporada se desarrollará favorablemente, ya que las producciones no son altas y la calidad del producto es correcta, a lo que se suma una falta generalizada de patata en toda Europa.

Sin embargo, el desafío más arriesgado de la actual temporada viene dado por la gestión de los tiempos en la recolección ya que toda la cosecha, que lleva un atraso de unas tres semanas, puede venir de golpe a finales de mayo y junio. “Hoy la oferta está estructurada y podemos manejar los volúmenes sin desplomar el precio. En este aspecto somos conscientes que puede resultar una campaña difícil, pero tanto en los almacenes como en el transporte nos estamos preparando para ello.”

Lo perturbador de la campaña es la fuerte competencia de terceros países, en concreto de Egipto, que ha logrado desbancar a las exportaciones andaluzas de Alemania. Su gran potencial productivo puede cambiar el actual ‘status quo’ comercial de la patata europea. “Como ejemplo, destacar que en el sur del país existen fincas de 6.000 hectáreas en las que la cosecha puede alcanzar hasta 240 millones de kilos cuyo destino son los mercados europeos y Rusia.”

En este escenario, y favorecido por las restricciones del Chlorprofam en la patata de conservación francesa, la andaluza ha tenido que buscar nuevos caminos como el mercado nacional.

Limitación del uso del nitrógeno

“Lo peor está por venir”, explica el directivo de Meijer. “Cuando nos limiten el uso del nitrógeno, como ya ha sucedido en Holanda, el coste del producto será tan alto que no será rentable producir y perderemos la competitividad y los mercados. Es el momento de plantarle cara a Europa”.

“En Europa no conocen como funcionan los tiempos de introducción de nuevos productos, legislan sin conocer el campo de primera mano. Por ejemplo, Meijer, cuenta con variedades de consumos de nitrógeno mínimos, pero introducir un producto nuevo en el mercado puede llevar como mínimo unos siete años,” asegura Boceta.

En el mismo sentido, parece lógico pensar que, ante la carestía del nitrógeno, el propio agricultor es el que hará un uso lo más racional posible.